Exactamente esto es lo que le ocurre a Garrett Hardin cuando escribe La tragedia de los comunes (1), que le atribuye al comunero, defensor de lo común, todos los comportamientos egoístas, todas las mala acciones que pueden beneficiar su bienestar privado sin importarle para nada la vida de sus conciudadanos, de los otros usuarios del comunal. Ahora bien, si cambias el enfoque, pintas otra perspectiva de los dioses diferente a la de los leones.
Hardin describe todos aquellos comportamientos propios de su modo conservador de pensar ante las realidades comunales que existen desde tiempos tan lejanos como la época de J. de Colofón. De esta forma, retuerce los argumentos para que el resultado de la existencia y la utilización de los comunes deriven en una tragedia como él pretende concluir; haciendo que la existencia de los comunes sea una catástrofe que realmente esconde los beneficios de lo comunal como modelo de sociedad alternativa al capitalismo. Acaba haciendo que la miseria de lo individual prevalezca sobre la riqueza de lo comunal.
Su argumento base es que un pastor entra en un comunal y no le importa aumentar su rebaño, aunque con ello arruine los pastos para usos futuros (3). El comunal es finito pero su ambición no. Quien venga detrás que se las arregle como pueda, pues la búsqueda de rendimientos individuales le lleva a este comportamiento sin tener en cuenta la capacidad reproductiva del comunal. Este argumento central, ilustrado con la teoría maltusiana de la reproducción de la especie humana, donde el bienestar lleva a un crecimiento exponencialmente de la población, “y en un mundo finito lo que significa que la repartición per cápita de los bienes del mundo debe disminuir. Un mundo finito puede sostener solamente a una población finita; por lo tanto, el crecimiento poblacional debe eventualmente igualar a cero”. Si el comunal es finito su uso también debe serlo. Una tragedia causada por la avaricia sin límites de los usuarios.
"El Mar Menor, como bien comunal, es un estorbo, una tragedia que exista porque los intereses de la economía de mercado lo van a contaminar sin que a nadie, y principalmente a los agricultores privados, subrepticiamente usuarios del comunal, les importe un rábano. Buscan maximizar su beneficio y esto es ya es suficiente. No es el pastor, compañero, sino las empresas privadas quienes son una tragedia, un peligro para los comunales."
Por último, pero no menos significativo, centrémonos en la madre de todas las tragedias contra lo comunal: el CO2. A nivel nacional, “las diez empresas privadas que se muestran en estos datos generan el 56% de todo el CO2 producido de forma directa por las instalaciones industriales (y el 20% del total del país). Son datos recogidos en un informe publicado por el Observatorio de la Sostenibilidad. Este 56% se refiere a las emisiones que salen por chimeneas de centrales eléctricas, refinerías, cementeras o acerías. Son las llamadas emisiones fijas que están registradas en el mercado europeo de emisiones. Repsol encabeza el ranking con el 12,4% por la quema de petróleo. Le sigue la eléctrica Endesa, con el 10%, y en tercer lugar figura la compañía de gas Naturgy, con el 6,6% de las emisiones totales de la industria […] Por otro lado, estas compañías representan el 19,8% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero del país. Para Prieto, estas cifras hablan mucho de dónde está la responsabilidad del cambio climático: "Las empresas son más responsables que los individuos. Cuando encendemos la luz es porque la necesitamos, pero corresponde a las compañías ofrecerla como debería ser, de origen renovable. Los cambios que estamos observando en la reducción de emisiones se podrían haber realizado hace años" (4). Pero no los hacen porque no están sujetas, en la realidad, al poder de ninguna administración.
Ante esta situación, la explicación que da Hardin sobre el mal uso de los comunales es bastante naif. “El hombre razonable encuentra que su parte de los costos de los desperdicios que descarga en los recursos comunes es mucho menor que el costo de purificar sus desperdicios antes de deshacerse de ellos. Ya que esto es cierto para todos, estamos atrapados en un sistema de «ensuciar nuestro propio nido», y así seguirá mientras actuemos únicamente como libres empresarios, independientes y racionales”. ¿De dónde deduce el autor que las grandes empresas razonan y actúan bajo estas premisas? Pinta los dioses que le convienen a sus argumentos.
Así mismo, ¿es acaso el nuestro un mundo finito? Mecanicista en su análisis, el autor ignora que el planeta pertenece a un sistema solar, que a su vez es un universo de un sistema infinito, multiverso. Un análisis que me recuerda lo que en su día me dijo un maestro cuando tenía ocho años: "el hombre jamás pisará la luna" (5). ¿Qué sentido tiene esta expresión, cuando poco antes de morir hasta el profesor Stephen Hawking recomendaba buscar un lugar para hacer viviendas en otros planetas? (6); y afirmaba, desde el análisis teórico, que tanto "el pasado, como el futuro, es indefinido y existe solo como un espectro de posibilidades" (7). Es decir, la contaminación del Mar Menor, con millones de peces muertos, supuestamente por la utilización de productos que mejoran el rendimiento de los cultivos de aquellos empresarios agrícolas, cuyas tierras y negocio funciona bajo la regla del máximo beneficio sin tener en cuenta las externalidades, es lo que el autor elogia. El Mar Menor, como bien comunal, es un estorbo, una tragedia que exista porque los intereses de la economía de mercado lo van a contaminar sin que a nadie, y principalmente a los agricultores privados, subrepticiamente usuarios del comunal, les importe un rábano. Buscan maximizar su beneficio y esto es ya es suficiente. No es el pastor, compañero, sino las empresas privadas quienes son una tragedia, un peligro para los comunales.
Sin embargo, si cambias el enfoque, pintas otra perspectiva de los dioses diferente a la de los caballos o los leones. En El poder subversivo de los comunes, partir de la tríada de lo común (8), quiere decir que se habla de un sujeto interdependiente, disciplinado a sí mismo en el arte de limitar, aunar, repartir, mutualizar, usar la propiedad de forma relacional como contrapunto de ese pastor individual que Hardin lo sitúa en el comunal a partir de ser un propietario privado de su rebaño, y como tal propietario privado desconoce la existencia de la propiedad res nullius in bonis (9); es decir unos lugares de utilización colectiva en el que la utilización de los recursos, todos, incluido el rebaño, son de propiedad relacional, comunal, no estatal y menos individual, (privada) (10).
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