Decíamos que el capitalismo se divide en dos clases de grupos. (1) Uno compuesto por aquellos empresarios y banqueros, de los cuales, unos son avariciosos sin límites y otros son avariciosos con remordimientos; y el dos, compuesto también por largas colas de consumidores compulsivos que no les importa esperar a las puertas de las tiendas aún expensas de arriesgar su salud y la de sus conciudadanos; y otros, compuestos por los que hacen largas colas de necesitados en los bancos de alimentos. Esta situación de pandemia y hambruna en el capitalismo actual lleva a unos y otros a formular un capitalismo inclusivo, o a reclamar políticas de ayuda social a los gobiernos, mediadas por ONGs caritativas, y defendidas por un alud de propuestas hechas por académicos (2) y políticos que buscan hacer carrera en los hipódromos del establishment. Acepto la idea de Thomas Piketty, de que, en algún momento, “todas las sociedades humanas necesitan justificar las desigualdades” (3) que engendran. En este sentido, pensamos que la proclamación de esta especie de “Manifiesto” por un capitalismo inclusivo, como el que a modo de resumen de lo que exponemos apareció hace poco como suplemento especial de un destacado periódico español, (4) nace fruto de esta realidad que busca legitimar (5) las políticas sangrantes del liberalismo, del neoliberalismo, y de los atisbos de un capitalismo distópico; (6) la búsqueda de una desigualdad más justa que, como señala este autor “no está libre de la hipocresía por parte de los grupos dominantes” (7) que buscan su propia redención ante la sociedad que descarnadamente controlan.
Con una extensa propaganda, en La hora del capitalismo inclusivo, (8) diversos autores afines ideológicamente, desgranan una serie de medidas sociales archiconocidas por viejas e incumplidas. Uno argumenta su compasión bajo la premura de “la pandemia [que] acelera y pone a prueba la capacidad de las empresas por adaptar su modelo de negocio al servicio de la mayoría”. (9) O que “la pandemia está precipitando cambios económicos y sociales. Ya estaba en marcha un nuevo modelo de negocio con impacto social. Ahora se ha vuelto urgente”. (10) O “después de descubrir el capitalismo salvaje en Harvard, a esta ingeniera le va cambiar la vida un sin techo”. (11) ¡Milagros de la compasión por la humanidad sufriente!
Las viejas medidas sociales que aquí se proponen están copiadas de renombrados defensores del establishment, y que ya han demostrado ser un fiasco por falta de recursos y llenas de dificultades burocráticas para percibirlas, todas ellas orientadas hacia las consecuencias, ninguna hacia las causas sistémicas de los males que dicen pretenden resolver:
Esta beatitud del Santo Padre con los pobres de la tierra puede resultar encomiable, sin duda, sino fuese porque oculta y desvía la atención de la verdadera naturaleza del capitalismo; como denuncia Zilla Einsenstein, se suma a “todos aquellos que evitan criticar la violencia del capitalismo sin condenar el patriarcado, la violencia sexual, el capitalismo racista, elementos que impiden crear dentro del sistema un mundo de justicia para todas las personas. [Tampoco] sugiere la distribución de las enormes riquezas del Vaticano entre los pobres. [Así mismo] el mayor travestismo que el Papa Francisco continuamente practica es su racismo misoginista y su noción de <
Pías expresiones de compasión inclusivas, como las de estas cinco autoridades y burócratas, encajan perfectamente con la observación que hace Bertolt Brecht al destacar las dificultades de escribir con honestidad: “Para mucha gente es evidente que el escritor debe escribir la verdad, es decir, no debe rechazarla, ocultarla, ni deformarla […] La gran verdad de nuestra época -conocerla no es todo, pero ignorarla equivale a impedir el descubrimiento de cualquier otra verdad importante- es ésta: nuestro continente se hunde en la barbarie porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la violencia. ¿De qué sirve escribir valientemente que nos hundimos en la barbarie si no se dice claramente por qué? Los que torturan lo hacen por conservar la propiedad privada de los medios de producción. Ciertamente, esta afirmación nos hará perder muchos amigos: todos los que, estigmatizando la tortura, creen que no es indispensable para el mantenimiento de las formas actuales de propiedad. Digamos la verdad sobre las condiciones bárbaras que reinan en nuestro país; así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las actuales relaciones de producción. Digámoslo a los que sufren del statu quo y que, por consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a los trabajadores, a los aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en este estado de cosas sin poseer los medios de producción”. (18)
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